jueves, 17 de septiembre de 2009

Lenguajes de Comunicación I

Recombinación artística y estéticas multiculturales en la era de la globalización.

Odalís G. Pérez
Profesor Investigador Semiótica

"La pretensión de Francia, Alemania e Inglaterra de ofrecer la medida del espíritu europeo, de la civilización europea, ha conducido igualmente a combatir las expresiones de las demás culturas europeas y, en la medida de lo posible, a reducirlas. La propia cultura, civilización, nación, debía ser la medida de todas, debía suministrar la medida del universo. Las tensiones similares entre los pueblos europeos tienen una razón de ser en estas ambiciones hegemónicas vinculadas a las demandas de universalidad de la cultura propia. Lo que a lo largo de siglos fue tan importante para la civilización europea -sus pretensiones universalistas-, se ha convertido así también en una trampa para las relaciones entre los pueblos europeos, los cuales se arriesgan a sacrificar lo particular en aras de lo universal". Cristoph Wulf: El otro. Perspectivas de la educación intercultural, en: Ursula Klesing-Rempel (Comp), y Astrid Knoop (Coord): Lo propio y lo ajeno. Interculturalidad y sociedad multicultural. Eds. Plaza y Valdés, México, 1996, pp 223-236 (Continuará)

Arte, Identidad y Cultura en República Dominicana

domingo, 13 de septiembre de 2009

Memoria: Crítica de la “crítica” a-crítica



Por:  Odalís G. Pérez
Lo que hasta ahora no se ha examinado ni discutido con atención en los mundos direccionales de la crítica es la problemática de los universales del lenguaje literario que a su vez implica el valor de los incidentales del discurso, del poema, la novela, el ensayo y demás vertientes del texto y la textualidad, del signo y las proliferaciones del sentido.
Los universales semánticos y filosóficos están presentes en la literatura sin que esta última pueda resistirse a la acción-valor y efectos de los mismos.  Entender la memoria y el testimonio como razones del significado y la significación, conduce a desarrollar los mecanismos perceptivos y metafuncionales de la actividad literaria y lingüístico-textual.
¿Qué nos ofrece desde la teoría de la memoria la crítica a la “crítica” a-crítica?  El análisis llevado a cabo por Marx y Engels en La sagrada familia y en La ideología alemana al respecto, promete incluso hoy un debate sobre la visión de los universales filosóficos y literarios, a partir del fundamento político de la theoría y la noción misma de programa crítico.  (Véase también los Grundrisse (1857-1858 ). Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política de Kart Marx (vols. 1, 2 y 3).
La legibilidad de la crítica “crítica” y de la “crítica” a-crítica, particulariza un debate acerca de los modos de intercambio de las textualidades literarias y filosóficas, incidentes en los registros de un discurso narrativo categorizador de instancias ideológicas y contextuales, articulables en el texto-ficción y el texto-acción.  El asombro que produce y a la vez implica la interpretación de una determinada temática, implica una vigilancia epistemológica del producto y la productividad discursivo-textuales convergentes en el acto literario ligado necesariamente al acto de leer.
Pero es la memoria, la escritura, la tradición de escribir, textualizar, argumentar y contra-argumentar lo que produce el asombro de la interpretación y la comprensión gnoseológica de aquello que se ha denominado, después de Foucault y en La arqueología del saber, junturas filosóficas.  Advertir los incidentales y universales del discurso, de la lengua y el lenguaje, justifica todo un campo de necesidad de la literatura como proceso de recesividad enunciativa.
Lo que Foucault sustentó en su famosa conferencia-ensayo titulada El Orden del discurso, fue la crítica de toda memoria fijada como texto y escritura.  La historia, la genealogía y el fundamento de la crítica han mostrado que todo proyecto intelectual, así como toda micropolítica textual, suturan el llamado universo del sentido.  En el presente caso la máscara de la crítica es la masa de la crisis, los empastes de la interpretación.
La obligatoriedad de toda interpretación promete, en el caso de la “productividad llamada texto”, una tensión de los significados y de las imágenes de mundos de los diversos discursos literarios.  Pronunciar, advertir y concentrar el mundo en junturas teóricoliterarias y semiolingüísticas, implica el conocimiento y el espesor significante de la biblioteca-tradición, así como la huella en movimiento de todo espacio-tiempo de la escritura-lectura.
Cuando un pretendido análisis “poético” construye una pseudointerpretación para deslegitimizar los diferentes puentes reales de la crítica, y lo que es más, para desconocer las posibilidades de una crítica de la otredad y la alteridad, sus resultados resultan insignificantes, reprocesados, desajustados en su registro.  No advertir la diferencia como posibilidad dialógica y crítica del sentido y la memoria, conduce a empequeñecer cualquier debate destinado a presentificar el cuerpo o los cuerpos perfilados en la representación literaria.
Estimar este proceso como parte de un proyecto intelectual recesivo, invita a buscar, entender el archivo cultural dominicano a favor de un fundamento crítico instruído sobre los diversos niveles categorizadores de la memoria-escritura y del texto-función.  El mismo vocabulario de la crítica ha evolucionado entre tiempo, debido a la incidencia y desarrollo de los sistemas de signos, incursiones hipertextuales (Véase, por ejemplo, la propuesta de George P. Landow:  Hipertexto 3.0.  Teoría crítica y nuevos medios en la era de la globalización, Ed. Paidós, Barcelona 2009).
En efecto, para la actual teoría crítica, las intertextualidades, la diversidad de voces, el descentramiento, el rizoma textual, los principios y finales del texto abierto, así como la autoría narrativa de las tramas lineales y las nuevas y diversas formas de la prosa de ficción traducen mundos, alteridades, resistencias y testimonios apoyados en un nuevo marco de instrucción y cognición que justifica la memoria manuscrita, impresa o digital.  Pero incluso la literatura digital enfrenta y supera los amañados y viciosos hilos miméticos de la “poética” patrocinada monológicamente por Meschónicus-rhitmicus en el ámbito del debate (¿crítico?) literario del país.
Así pues, los efectos de una metalectura legible y ante todo abierta a experiencias de construcción y reconstrucción del proceso de significación o sentido, invita al intercontacto, a las aperturas cognitivas, perceptuales y sensibles de la lengua, el lenguaje y la interacción de textos literarios.  Motiva este proceso el hecho de no olvidar los caminos posibles de la crítica o la teoría crítica en sus diversas actitudes éticas y morales que tanto hacen falta en nuestro medio.
Pero es importante también hurgar en el archivo de las ideas literarias occidentales referidas al debate crítico, introduciendo textos fundamentales de la tradición teórico-literaria y estética, siendo así que los esfuerzos de los tratadistas que han logrado enrrumbar los caminos de la poética y la retórica aristotélicas, aseguran un orden intelectual fundado en una “enciclopedia” o registro de ciencias ideales y que llamaríamos hoy normativas, fácticas y formales, (Por ejemplo Visconti, Castelvetro, La Pléyade, Escalígero, Condillac, Marmontel, Bubos, Grimm, Diderot, Voltaire y otros).
La indigencia de la crítica literaria dominicana no permite entender los verdaderos rangos y rasgos de un “conflicto de interpretaciones”, en un país en el cual el tema de Trujillo y su Era, levanta una polvareda donde todo se concentra como necesidad de respuestas históricas y donde regularmente se produce la memoria dictatorial.  El antitrujillismo de “oficio” es panacea para mitómanos y megalómanos ya conocidos en nuestro ambiente.  Inventores de “memorias”, buscadores de un culto a la personalidad enfermizo, exhiben un vicio aúlico a través de un historicismo vergonzante y lamentable.  Es entonces lo que se puede leer en algunas “Memorias contra el olvido”. 

Sobre debates literarios y culturales de nuestros días

Por: Odalís G. Pérez
Un debate literario y cultural debe tener un perfil critico, teórico y educativo, instruido también por una memoria cultural en movimiento, constituida por un trabajo ligado a la formación de un sujeto social que participe de dicha experiencia, así como de un campo expandido de realidades, prácticas ideológicas, discursivas y contextualizadas. El elemento que se propone como debate se convierte en una cardinal de aclaración, justificación y motivación, teórico-critica, tendente a elucidar los términos, visiones y puntos del debate.
Pero en el presente caso, donde ha estado envuelto el género denominado novela en los conocidos “premios nacionales de literatura y música”, donde como sabemos, ha habido objeciones, oposiciones, disensiones, a propósito de las decisiones del jurado responsable de premiación (2008) en el renglón ya mencionado, el universo de discusión no ha rebasado la línea del bizantinismo que se quiere imponer como defensa, y que en sus objetivos no ha cumplido más que con su ya conocida penuria epistemológica y dislates definicionales.
La concepción que se tiene de una problemática literaria y conceptual en el país ha sido atravesada por un desconocimiento de generalidades y especificidades, al momento de evaluar un producto literario o verbal. Tanto los “atacantes” como los “atacados”, los “criticones” como los “creadores” padecen del mismo mal: la ceguera, la precariedad teórica y filosófica.
Un recurso literario es, muchas veces, un cuerpo marcado por una ideología dominante. Sus bases constituyen un uso, un pretexto, un obstáculo, una justificación para discriminar, eliminar, favorecer, obligar, motivar y desmotivar, como parte de una concepción de poder vigente en un momento sociocultural determinado, pero además, como línea estratégica de influencia, clientelismo y política de una determinada cardinal de interpretación.
En los últimos debates literarios, los llamados crítico y “contrincantes”, se desbordan, se desgastan en explicar nociones a todas luces insuficientes, falsificadas en su pretendida explicación, manipuladas en sus contextos de uso y singularidad. Las falacias, equívocos conceptuales, deformaciones nocionales y telarañan epistémicas, se particularizan en la opacidad cognoscitiva, en el embrollo definicional y sobre todo en un pésimo y desnivelado registro de escritura y análisis.
En efecto, se quiere hablar a nombre de una razón no razonable, de una doctrina pseudoacadémica y de un “catecismo doctrinario” al explicar fenómenos que se resisten a ser clasificados o legislados por un supuesto crítico ya arruinado debido a su concepción monovocálica, monológica y unidireccional. Se quiere aclarar la función, escritura y particularidad de un género que, como la novela, el ensayo, la poesía, la novela biográfica o autobiográfica sugieren variantes, estilemas, ideológicos, textemas, usos enunciativos complementarios y narrativos.
Lo que se concentra en un debate como el actual es algo que escapa a la literatura misma. Tras conformarse una impresión que involucra la personalidad traumática del llamado “crítico” o evaluador de resultados literarios, asistimos a una información borrosa, anómala, inconsistente. El debate se convierte en una escena que nada tiene que ver con las disciplinas denominadas estudios literarios, teoría crítica, textología, ciencia de la literatura, crítica de los métodos de análisis literario o teoría de los géneros literarios.
Pero aun más, la misma ideología de la representación que descansa en el “debate”, pierde poco a poco su trazado cuando el espacio de conocimiento y productividad denominado literatura, se convierte en una local “querella” de pretendidos analisistas teóricamente arruinados y afectados por alguna tendencia, estereotipo ideológico, o dirección de la historia o la crítica literaria de nuestros días.
Ciertamente, nos preguntamos ¿para que sirve la crítica literaria? ¿Cómo debe orientarse un debate literario donde el lector quiere saber, obtener  informaciones veraces sobre una determinada problemática, teórica o creacional? ¿Debe poseer el participante un estatuto epistemológico objetivo o subjetivo?
Se trata de una conjunción axiológica. En el momento en que el debate se convierte en provocación, tergiversación conceptual, trampa nocional y degeneración tendenciosa, ocurre lo que hasta ahora está sucediendo: un columnista del suplemento Areito ha quedado solo, repitiendo lo mismo ad nauseam, impartiendo malas lecciones de lo que debe ser el análisis propiamente literario, corrigiendo sintaxis y el mismo cometiendo errores elementales de expresión; acusando a críticos y estudiosos que no están necesariamente activos en dicho debate, pero que no participan directamente debido a la poca garantía de publicación de sus respuestas al “columnista” del suplemento Areíto, que en su condición de colaborador fijo puede asediar a quien sea que disienta de sus ya conocidos y “recalentados” “juicios literarios”.
Así pues, la práctica más advertida del columnista en cuestión en este debate es la clasificatoria, legisladora, autoritaria, desfundamentada, desatinada y desajustada, que conocemos debido a su constancia en este suplemento literario y cultural.
Las pruebas están en los últimos dos años de edición del suplemento Areíto, donde los lectores han sido prácticamente arropados, invadidos, obligados a tragarse la enorme masa textual repetitiva, doctrinaria, maledicente de un “juez”, de un informador que dice conocer “todas las teorías literarias al dedillo” y que ha llegado a la “genial” conclusión de que la aportada por él es la que “resuelve” el problema de la literatura, la lengua, el ritmo, el Estado, el poder… y todo tipo de problemática sobre el lenguaje, la literatura y la “metafísica del signo”.
En efecto, bajo un trazado intelectual insostenible por lo acusador y vocinglero, no resulta grato entrar a un debate donde el juez ya ha construido una “casa” de dos plantas o duplex, en un suplemento, pero que además posee una “tribuna” con apoyos de la dirección de dicho suplemento, cuya función debe ser acogedora de ideas diversas y opiniones abiertas sobre un fenómeno cultural o literario. Insistimos que cuando se critica un producto premiado sea este novela, ensayo, poesía u otro que ha conmovido, molestado o exaltado a cierta comunidad política interesada, prejuiciada o provocada por una autora o autor, dicha crítica debe instruir y no mentir o ensañarse con el escritor, editorial o pensadores que no están involucrados en los resultados de una premiación que por demás reproduce la ideología, el sistema cultural dominante.
Ahora bien, la posición de una “querella” de modernos, pide información y tratamiento crítico de la misma, sin que esta deba sugerir o tener como base una teoría del lenguaje, una teoría del ritmo o una teoría del poder, para luego transformar la vida, la literatura y el sujeto. Todas estas “pantomimas” ideológicas y pseudocríticas, no producen más que hilaridad a los especialistas, sin embargo a los estudiosos, comparatistas, teóricos e historiadores de la producción textual y de las ideas literarias, le producen agrura, rechazo, resistencia, máxime si se les quiere imponer ideas desfundamentadas y sin respaldo heurístico o mitodológico donde un pequeño y senil “patrocinador” y poseedor de una “tribuna” en un suplemento cultural, sacraliza a un maestro (recientemente fallecido), al que ha saqueado, tergiversado, repetido y endeudado por mor de su autoridad, en un espacio donde el alumno también lo ha indispuesto, falsificado, agrietado, “vendido” como horizonte de expectativas, y finalmente  endiosado como solución a todos los problemas literarios, filosóficos y culturales de nuestra una tradición. ¿Crítica radical? ¿Valoración real? ¿Debate o resentimiento social? La historia de los errores institucionales y jurisdiccionales ha constituido la tragedia y la paradoja de nuestra cultura.  (continuará)

Los abismos de un debate literario

Por: Odalís G. Pérez
Los problemas de la actual literatura dominicana y Caribeña superan el marco de una sola teoría o concepción que se nos quiera imponer sin criterios de identificación o definición areal. Los intereses de un crítico no deben “arropar” las posibilidades, intencionalidades o movilidades de un conjunto o juntura intelectual. El debate actual sobre el premio o los premios literarios en el país es un abismo, pero además, un negocio de la interpretación puramente “tradicional”, impuesto por actores interesados en dañar personalidades públicas, en buscar nombradías, negar aportes, crear indeterminaciones conceptuales, sitios o lugares políticos, beneficios sociales y públicos y sobre todo des-acreditar textos literarios.

Entendemos, por otro lado, que el lugar para debatir de manera continua una problemática teórica o cultural, o para perseguir “contrarios”, no es el suplemento o la revista cultural. Quien desee escribir un libro con artículos reunidos en torno a un debate o en torno a intereses intelectuales personales o personalizados, no debe ocupar espacio en un suplemento abierto a la diversidad de juicios culturales, estéticos o críticos, pues semejante situación crea una disfunción comunicativa en el contexto de las ofertas y demandas intelectuales e informativas que necesita el país y también el medio en cuestión. El suplemento o la revista cultural se convierte en dicha perspectiva un registro monovocal o monodiscursivo, de tal manera que asistimos a la lectura de consignas, defensas de intereses individuales, y sobre todo a un estanca del medio utilizado.

Sin embargo es ahí donde pesca el “columnista” o ‘crítico” interesado en difundir una doctrina literaria ya arruinada por sus límites, lagunas, antigüallas y obstáculos teóricos. No se trata, como ya hemos observado, de una simple instrucción, de una lectura, libre o prejuiciada, sino de un nivel y un tipo de comprensión activado por el conjunto de pensamiento y convicciones de un sujeto que, de una u otra manera, está marcado por las diferentes visiones, objetivos, modos de ver, de leer, crear o estudiar un fenómeno como la literatura y sus diversos géneros discursivos.

Observamos el camino de una historia intelectual y literaria atravesada por signos contradictorios que desafirman los diversos grados de creación cultural y literaria, justificados también en un falso concepto de identidad cultural y acompañado también de signos de autoridad controlados por el sistema cultural vigente. Se nos quiere ocultar en este sentido, el hecho de que una teoría, un proyecto intelectual, socioeducativo o literario, propician posibilidades, relaciones, ideas que pueden ser verdaderas y falsas.

La escena de un “escándalo” provocado por intereses políticos de llamados grupos “patrióticos” dudosos y de sujetos con una historia pública discutible, involucra un tejido interminable de “querellas” que deben ser analizadas con prudencia y sobriedad, habida cuenta de lo complejo, turbio y accidentado que resulta todo este trazado, a propósito de una novela premiada.

Sin embargo, ¿qué busca en este conjunto de cardinales y doxas la poética, la teoría del lenguaje, la teoría del llamado ritmo-sentido, del Estado, del signo y del poder? ¿Qué es la poética sino una palabra ambigua, de tradición griega, helenística, romana, latina, romance, vaciada de contenido, ligada a la tratadistica de arte y literatura, saco roto donde podemos advertirlo todo y nada a la vez? Y, ¿qué decir de su uso en nuestro medio donde encontramos desde poética de la moda y la pintura hasta la poética de la poesía y la política?

Hemos visto que el término poética es un desdignador multivalente con un terrible grado de apertura y ambigüedad. Allí nos quiere meter, enredar, entrampar el ogro misántropo, misantrópico, meschónico, para alejarnos de nuestro horizonte de búsqueda y crear una alienación critica, teórica e histórica; redundado y repitiendo hasta la nausea lo mismo, en un discurso que parece no tener fin y que se ha convertido en estado perverso de persecución ideológica. He aquí un obstáculo que por insistencia y obstinación, por apoyo editorial evidenciado y reversión, nos obliga a responder mediante una cardinal correctiva, interdisciplinaria y epistemológica, siguiendo las directrices del acto de leer y producir distancias dialécticas mediante acuerdos racionales basados en propósitos más incidentes en la libertad de pensar, producir bloques y líneas argumentales antidogmáticas, antidoctrinarias, y sin embargo basadas en el horizonte de apertura de un camino abierto a todas las escuelas, vertientes, direcciones de pensamiento, tendencias postcríticas y postontológicas; seguras de sus núcleos o focos gnoseológicos y de su fondo de creatividad cognitiva.

Así las cosas, entendemos que un debate tiene una estructura donde encontramos: motivo, actores contrarios, escenario, argumentos y contra-argumentos, dudas, doxa crítica motivada y resultados plausibles. Pero en nuestro caso el hablante, el juez, el “criticón”, el radical, el que decide y acusa, es uno solo sujeto sin respaldo científico, teórico y heurístico. La prosa árida, “rocosa”, anómala desde el punto de vista sintáctico, semántico-revindica siempre lo obtuso, lo inconsistente, lo opaco desde el punto de vista de la materia ideológica.

¿Existe en este espacio alguna alternativa, algún turno que pueda interrumpir la incontinencia verbal del mismo sujeto fijo en su tribuna, malgastando espacio y tiempo del lector?

Veamos cómo el “empirismo impresionista”, el ritmo-sentido y los escombros de un vocabulario plagado de indeterminaciones conceptuales, pretenden más bien definir voces o representaciones que poseen su propio archivo temático y formal. No podemos olvidar los aporte epocales de la filología en toda su extensión de estudio y análisis particulares de lenguas, textos, tradiciones, historias del sentido, así como tampoco podemos deprocesar o excluir de la reflexión interdisciplinaria y transdisciplinaria, la mirada analítica a la luz de la sociología histórico-crítica de la literatura, la búsqueda lingüística y temática del psicoanálisis de la literatura; así como tampoco la integración la teoría marxista de la literatura, el análisis interno y contextual del formalismo ruso, el estructuralismo, la semiótica narrativa y textual, el aporte lotmaniano desde la semiótica de la cultura, la antropología literaria, la etnoliteratura, la hermenéutica literaria, la ontología fenomenológica de la literatura, la teoría blanchotiana del espacio literario, las teorías del discurso, el posestructuralismo, y otras tendencias, espacios y vertientes que tienen su lugar en el movimiento de la reflexión contemporánea.

Un debate literario que no afirme en sus particularidades y generalidades el valor de la teoría, la crítica articulada sobre la base de un análisis direccional de los textos, ideas y horizontes de lectura, no logrará materializar sus propósitos cognoscitivos, pragmáticos, educativos, y sobre todo heurísticos. Lo que este debate ha demostrado y sigue demostrando es la carencia de principios teóricos sostenibles, en un momento en el que se gestan y discuten nuevos problemas, nuevas ideas y universos sobre la literatura en el Caribe, Latinoamericana, África subcontinental, el Medio Oriente y otros lugares del planeta.

El abismo producido por una logorrea pertinaz, arcaizante, excluyente y desepocada, obstruye lo que podría ser un movimiento orientado hacia la comprensión y metacomprención de los diferentes marcos o contextos reflexivos de, y, sobre la literatura-cultura. Entendemos una vez más que los actores del actual “debate” literario, se desarrollan en una instancia de la precariedad teórica y conceptual, pero además, desinforman creando una “telaraña”, una trampa ideológica marcada por diferentes líneas de carencia que, a fuerza de mantener el equivoco de la interpretación, desconocen también el valor real de la literatura entendida como cardinal ideológica y espacio-tiempo de creación. (continuará)

Discurrir sobre la crítica y la teoría en la República Dominicana

Por: Odalís G. Pérez

Advertir una ausencia en el discurrir de la producción ideológica, literaria o cultural dominicana, implica reflexionar sobre lo que ha sido el proceso de constitución de las instituciones sociales, políticas y educativas. Lo que se refleja en los concursos actuales del país es una estructura autoritaria del pensamiento y a la vez el rastro prejuiciado por los requisitos o bases de concurso.

Pero esta situación conformada por anomalías de todo tipo nos debe llevar a la negación de los principales aportes en las líneas trazadas por la sociología de la literatura, el marxismo, el psicoanálisis, el formalismo ruso, el estructuralismo, la hermenéutica, la fenomenologia, los Estudios Culturales, la semiótica, los estudios subalternos, la estilística hispánica, la estilística idealista alemana, la poética estructural, el postestructuralismo, los estudios poscoloniales, y otros métodos, formas de análisis, propuestas de lectura, ideas literarias o tendencias teóricas útiles y casi siempre necesarias para acceder a una comprensión de la literatura y sus efectos sociales o mentales.

Por más que en un debate sobre concursos literarios y, en nuestro caso, sobre el conflictivo premio anual de literatura (2008) se quiera imponer alguna versión y se desee desconocer lo inconsistente o anómalo de una determinada creación verbal o discursiva, no implica esto la negación, el equívoco o acierto de tendencias teóricas, el análisis de ideas o determinados universos de reflexión y crítica.

De hecho, el pretender que sólo la poética (término por demás indeterminado, vago, retórico, ambiguo la mayoría de las veces impreciso en sus usos acostumbrados) es el estudio más ponderado, único y absoluto de entender la literatura o el lenguaje literario, la única metodología propia del análisis literario, resulta una estruendosa y vulgar equivocación de una perspectiva lingüístico-literaria e ideológica. Ninguna tendencia o metodología de análisis logrará explicar de manera definitiva, absoluta, la productividad o el producto literario. Razones diasincrónicas, axiológicas o genético-estructurales, pero además hermenéuticas, echan por tierra toda aseveración autoritaria, dogmática o doctrinaria al respecto. Discurrir sobre un fenómeno literario como el nuestro, bastante complejo y enmaranado, solicita un estudioso y a la vez estudios con horizontes amplios, fructíferos y no un sujeto prejuiciado con principios tomados de un “catecismo” insuficiente, extrapolado, imitado y sobre todo “desepocado”. Facilitar un argumento ya reventado por sus repeticiones inútiles y por el recalentamiento de la boca-escritura que la auspicia, nos permite entender que incluso los medios escritos del país constituyen un poder que no procesa o desprocesa sus espacios, columnas o puntos de opinión.

Además de reconocer el estrecho marco de un debate literario o cultural, entendemos que con solo un locutor o dos locutores no es posible presentar la problemática y difícil situación de los concursos literarios del país pero sobre todo los llamados premios anuales de literatura, donde los intereses, selecciones de jurados, requisitos, mediadores, funcionarios, encargados y otros condicionantes contextuales, forman parte de un teatro escalofriante por lo conflictivo y poco convincente de las premiaciones y condiciones de presentación.

En efecto, un cuadro o cuadraje intelectual como el presente, invita a una reflexión en torno al objeto denominado literatura y valores en la sociedad dominicana. No se trata, en esta perspectiva, de cuestionar solamente una obra premiada, seleccionada como ganadora en un concurso o certamen literario, sino de analizar las condiciones ideológicas de los actores y las jurisdicciones institucionales e intelectuales del país.
No podemos creer, ni mucho menos aceptar que las soluciones “unicistas”, precarias y doctrinarias de “Rhitmicus” conocido más bien como “Mechonicus”, pueden capitalizar, una doxa crítica, ni legislar, autorizar descalificar o desautorizar una determinada textualidad, obra o discurso narrativo, producto de que estas creaciones y cuerpos literarios no asumen la práctica absoluta del crítico en cuestión.

Ahora bien, los nuevos estudios literarios, así como las “nuevas humanidades” contemporáneas, nos han presentado proyectos relevantes, recursos de interpretación y comprensión de nuevas rutas y productos que traducen la diferencia literaria y cultural en la vida de las diversas tradiciones latinoamericanas del Caribe insular, y los lugares epistémicos de una productividad intelectual y crítica. ¿Cómo es que nuestros debates no asimilan aquello por lo que se trabaja en el Caribe insular y Latinoamérica en materia de función y acción intelectuales? ¿Por qué los grandes problemas, motivos de creación auspiciados por la nación moderna, no son tomados en cuenta como parte de un debate que asimilar y sobre todo comparar crecimientos, lenguajes, mundos textuales, experiencias narrativas, discursivas, puntos de encuentros y lugares de la diferencia?

Un debate no se sostiene sólo por las antigüallas de cierto maestro, crítico, profesor universitario, Juez, legislador o domesticador de pensamientos, a través de una doctrina que él entiende como ruta a seguir o como trazado que obliga a poseer una teoría del lenguaje, una teoría del poder o una teoría del signo para que entonces el escritor pueda escribir un poema, una novela, un ensayo, un cuento y que también deba transformar la sociedad para que su “poética” sea válida y bien recibida por este “maestro de la crítica”.

De hecho, la noción de proyecto intelectual en República Dominicana, “choca” con el obstáculo de la vida real misma, y sobre todo con el marco institucional estatal e individual, debido a lo que también hemos llamado el horizonte de expectativas del lector, intérprete, traductor” cultural, político y social. Un contexto educativo plagado de negocios, pseudoestándares de lectura, comprensión y currículos oficiales, oficiosos o “funcionales”, pone en evidencia sólo rasgos de autoridad, políticas negativas de proceso, signos de identidad localizables, ítemes erráticos y repetitivos, currículos ocultados, escenas de dudosa utilidad y repertorios jurisdiccionales que poco tienen que ver con la formatividad cultural y educativa.

De ahí la “angustia de las influencias” que han creado una telaraña conceptual, pseudouniversitaria y pseudoteórica, influyente en ciertos niveles de información y control de la educación humanística pública y privada. Toda esta situación de negatividad, prejuicio, exclusión, indiferencia organizada y estratégicamente instalada como práctica social, autoridad influyente, selección de tópicos intelectuales y otros usos advertidos en todo lo que es certamen, concurso y premiación en el país.
El debate actual sobre novela, premio de novela, poesía y premio de poesía es resultado de lo que debe ser un proyecto cultural, educativo e intelectual en nuestros días. Ese estado de “personificación” cultural, de “figuración” y empleo de una función pública y política, de influencia de un funcionario que domina toda el área oficial de la cultura, también es elemento influyente en este cuadro de anomalías, barreras obstáculos, veleidades e intereses personales y grupales que hacen “reventar” el tramado ideológico y político actual en perjuicio de participantes independientes que no son tomados en cuenta por la programación oficiosa u oficialista del actual ecosistema cultural.

En efecto, se trata de un sistema cultural y educativo marcado por el fracaso de sus partes y falsos principios ejecutivos, éticos, programáticos, literarios e institucionales. No se trata solamente de echar culpas a jurados, consursantes, gestores intelectuales, editoriales o editores residentes e incidentes en el país.
Por: Odalís G. Pérez

La biblioteca de una tradición lingüística y discursiva asumió en todo el occidente la noción de género para decidir, posicionar y practicar una direccionalidad textual en el orden preceptivo, autorial y textual. De ahí la denominación de novela, biografía, testimonio, menipea, prosa de ficción, prosa historial, autobiografía, crónica historial, ensayo, poesía y otros conjuntos enunciativos.

Pero la biblioteca instituida y conformada por una tradición literaria no es pura, única y monovocálica, pues la misma se ha nutrido de entrecruces discursivos, tal y como lo demuestra la tradición helenística, latina y romance. La batalla entre la preceptiva, la retórica, la poética y la estética, dominó por mucho tiempo y produjo una tensión dialéctica en los tiempos de la oralidad y la escritura.

Esta batalla se mantiene presentificada en algunos movimientos intelectuales de la modernidad y la posmodernidad. La historia literaria, junto a la sociología de los textos orales y escritos, se ha reconocido como parte de una tradición de la lectura, la crítica, la explicación de textos y la divulgación de instancias teóricas y hermenéuticas que, desde la aventura del romanticismo alemán, la novela neogótica, la ficción operativa de los registros estructuralistas, semióticos, neo-retóricos, postestructuralistas y etnoliterarios, propician una concepción de lo literario a partir de una crítica de la memoria o memorias culturales, encontradas en lo que Paul Ricoeur denominó el “conflicto de las interpretaciones”.

Pero la teoría literaria o el campo teórico en expansión no tiene que negociar diferencias ni alteridades. Tampoco se adhiere a argumentos pretendidamente absolutos o definitivos; entiende en la línea crítica de la memoria que un texto poético puede ser novelesco, ensayístico, histórico, testimonial, o destruir su propio nivel de opacidad y transparencia, para poner en crisis su propio registro discursivo.

Así como leernos textos mixtos o sincréticos, también leemos textos rebeldes a la condición poética y no por ello dichos textos pierden su carácter literario. La prueba de todo esto la encontramos en obras como AT, Del objeto Útil y Obvio del brasileño Moacir Amâncio, pero también en textualidades como las de José Lino Grunewald en Escreviver, Ciudad interior de Francisco Marcelo Cabral, Incurable de David Huerta, Anu de Filmar Silva, Epifanía de las estrellas para Galileo Galilei de Alvaro Pacheco, Perséfone de Homero Aridjis, o Cuaderno de retorno al país natal de Aimé Césaire.

Textualidades en movimiento donde encontramos el poema-ensayo, la novela testimonio-poema, la minificción o la macroficción que rebasan todo tipo preceptivo o genérico para poner en crisis toda poética, todo encajonamiento de los géneros literarios tradicionales. A todo esto, la destrucción de la página en batalla por el espacio textual recuperador de cardinales orales, escritas o diseñadas para subvertir los conocidos exempla de la tradición- biblioteca.

Así, encontramos que textos como Ischia, Praga y Bruselas de Gisela Heffes, Gödel, Escher y Bach de Douglas A. Hofstadter, y Lunas de Júpiter de Beatriz Amaral, se reconocen como textos resistentes al encorsetamiento de toda “poética” llamada o denominada literaria. Pero además, los “irreverentistas” autores de letras de canción letristas como Kilo Veneno, Enrique Bumbery, Jaime Urrutia, Nacho Vegas, Fernando Márquez y Santiago Auserón, convierten el letrismo poético-musical en texto abierto y polidiscursivo, superando la ortodoxia de los géneros, sean estos novela, testimonio, autobiografía o biografía.

Ningún género antes ni después de la modernidad se encuentra en estado puro, aunque todo género se define en su, y, desde su textualidad en movimiento de interpretación. De manera que la tan propalada “poética” patrocinada con “boca de ganso” se queda corta debido al avance y desarrollo experimentado por el texto plural y los aportes de la escritura virtual, el laboratorio de textos digitales y las propuestas del hipertexto entendido como puesta en conducto, rizoma y experiencia ramificada del sentido.

En efecto, la crítica de la memoria y la biblioteca de la tradición se pronuncian en una tensión que subvierten el mecanismo autoritario de un divulgador desorientado que, en el ámbito literario dominicano, aspira a imponer su propia “doctrina” pseudoteórica sobre la base de la tergiversación, el mal entendimiento de la memoria cultural y sobre todo el autoritarismo de su propia práctica derivada casi siempre del escarnio y la mala lectura del otro.

La patología del yo es aquí patología de un lenguaje ya desechado en los círculos neoacadémicos y teóricos de nuestros días. De ahí el desfase, la descontextualización del referente literario, y sobre todo la mentira de la interpretación que según Michel de Certeau compromete negativamente el acto de leer.

Ahora bien, ¿cuáles han sido los extremos del debate actual? ¿cómo es posible que un texto premiado haya provocado y a la vez producido una discusión cuyo bizantinismo se ha expandido como banalidad, ignorancia teórica y tertulia casera? El oponente, el “columnista” conocido como Rhitmicus y Meschónicus ha construido una casa-yo que, según él se ha mantenido en los “cauces estrictos de lo literario”. ¿Qué es lo estrictamente literario en un debate como éste, donde “la voz cantante” sólo sabe acusar, legislar, establecer, denostar, o señalar límites vetustos, negando todo lo que se sale de su alteridad yoica?

Y qué decir de la llamada “sacralización de la vagina” (¡sic!), de “la rabiza literaria” (¡sic!), de la “estrategia carrierista” (¡sic!), del “diktat dictatorial” (¡¡!!). ¡Beneficioso fruto cosechado por la poética!

En el momento en que un debate quiere cerrar bajo la falsa creencia de que todo se ha dicho, el mismo debe comenzar y mantenerse en “severa vigilancia” epistemológica. Al estudiar los términos emblemáticos y a la vez aventurados de semejante “patraña” culturalista, el estudioso y con él el lector atento, habrán de observar la ausencia de un protocolo heurístico en dicho debate. Lo que se deriva del mismo no es sólo el equívoco de la novela, la biografía, el testimonio, autobiográfico, o su condena, rechazo, premiación, sino más bien el negocio de la interpretación. Un estudio específico de los mecanismos de comprensión del debate en cuestión, impone una sutura y a la vez una escisión que genera la caída al pozo de lo errático y lo temporal.

Desde hace tiempo los concursos literarios equivocan lo que es propiamente la práctica reflexiva y literaria. Las mismas bases contribuyen al equívoco nocional y conceptual. Participar en los premios anuales de literatura o en cualquier otro concurso en la República Dominicana, implica suponerse a dicho equívoco, pero también contribuir a la dictadura de los resultados, a poner en duda la literatura misma, negar el concepto de tradición-biblioteca y perder el propio horizonte de legibilidad.

De ahí que toda discusión sobre los límites y alcances de la literatura y lo literario remita a la posibilidad de una memoria de la crítica “crítica”, así como a una metacrítica entendida como primer paso hacia el fundamento gnoseológico.

Miguel D. Mena sobre Odalís G. Pérez

Hay pensamientos felices. Cuando escribo, busco alguna fiesta en las ideas. Si algo no encaja en lo que creo y sospecho que ese algo tal vez sea un derecho a las expresiones diversas, entonces prefiero no escribir.
En 1990 Manuel Núñez publicó "El ocaso de la nación dominicana". Interesado en todo aquello que tuviese que ver con la discusión sobre la identidad nacional en el país dominicano, me di a su lectura. Grande fue el desencanto, sin embargo. Aquel discurso se fundamentaba en una crónica periodística útil a las trincheras, pero no a la apertura de las calles del pensamiento. No era ni sociología ni crítica textual ni politología. ¿Cómo era posible burlarse del avance de los lingüistas en el estudio del inglés de Samaná en alguien que precisamente se preciaba de haber estudiado lingüistica en París? ¿Cómo se podía invalidar moralmente a expresiones que como la de los cadenuces dominican-york, requería más el análisis que las cruces del exorcismo? Y así seguían a chorros la cantidad de comos.
Los años 90 pasaron de una manera de todos conocida. El nacionalismo excluyente se abalanzó sobre las posibilidades electorales del Dr. Peña Gómez, y tras ello, toda la cultura del autoritarismo y la exclusión trujillista se legitimó al interior del imaginario.
A pesar de todas mis aprehensiones no publiqué nada. Durante los noventa la doxa literaria de Manuel Núñez siguió su viejo curso de exclusiones. Su colmo llegó a plantear la literatura dominicana tras 1965 como "yanquifóbica", invalidando a prácticamente todos los que ejercieron entre 1966-1978 un pensamiento crítico.
En el 2001 "El ocaso..." surgió de sus cenizas. Envalentonado por la deserción de buena parte de nuestra intelligentsia de sus antiguos postulados cuando no plegada a los nuevos decires de la "conciliación nacional", las nuevas teorías brillaron por su ausencia. Los conceptos no avanzaron. Sólo se llenaron de cifras y aumentaron el espectro de las exclusiones. De repente se tenían que negar, según esta óptica, toda una producción intelectual de antropológos, sociólogos, politólogos y economistas en torno al ser dominicano y sus accesos caribeños.
Lo que yo ni muchos críticos de "El ocaso..." escribieron, ahora nos lo presenta Odalís G. Pérez en su obra "La ideología rota, el derrumbe del pensamiento pseudonacionalista dominicano" (Centro de Información Afroamericano -CIAM-, Santo Domingo, 2002, 498 págs.).
En un lenguaje más accesible que el de costumbre, Pérez va tejiendo el armazón sobre el cual se constituyó el "El ocaso..." y las razones de su éxito. Luego de determinar las limitaciones en la explicación del método de Núñez -quien se apoya en Michel Foucault, pero a quien nunca explica (p.59)-, demuestra un conjunto de limitaciones puntuales. Las mismas van desde la presentación bibliográfica hasta las similitudes de sus teorías y las de "La realidad dominicana" (1947) y "La Isla al revés" (1983) de Joaquín Balaguer. Esta segunda parte -"La suspensión ideológica"-, podría considerarse el nervio de la obra.
En la tercera se dedica a plantear la trayectoria intelectual de Núñez, refrescando viejas -y penosas discusiones- públicas, con Hugo Tolentino Dipp y Franklin Franco. Todo podría obviarse en los nimios detalles de la humanidad si no fuera por un aspecto: la tendencia a citar de memoria o de oídas de Núñez.
La cuarta parte, "Mapa de una coralidad neofacista", tal vez hubiese podido ser más reducida e irse más a las argumentaciones, ya que muchas de las invalidaciones que Pérez le hace a Núñez ya habían sido expuestas.
La última parte retoma, sin embargo, la precisión y la fineza en la crítica. Se titula "Escuchar los signos de la historia", resultando ejemplar su manera de utilizar la metalingüistica en el tratamiento de "El ocaso..."
Al final, "La ideología rota" brinda una valiosa documentación sobre la recepción periodística de la obra de Núñez en su momento más álgido: el que siguió a su premiación por la Secretaría de Cultura y al Fundación E. León Jimenez en la pasada Feria Internacional del Libro 2002.
"La ideología rota" de Odalís G. Pérez debería ser leído por aquellos que busquen claves para mejor comprendernos. Es un libro de diálogo, de incitación, de provocación al pensamiento. Es un llamado de atención sobre la manera de pensar los discursos, de expresarlos. Poquísimos son los detalles que se le escapan en su crítica. Después de leerlo, la sensación que se tiene es la de no estar solos. Es el aliento de una comunidad crítica que está por ahí. Es el plantar banderas en un país donde parece que el pensamiento crítico o ha emigrado o estará detrás de un café, una cerveza o tal vez la nada.
Obra serena, interdisciplinaria, "La ideología rota" es la demostración de que a pesar del ruido que a veces nos agobia o de la sordidez que nos lacera, hay voces que asumen la claridad del buen pensar y del bien decir.