Por: Odalís G. Pérez
La biblioteca de una tradición lingüística y discursiva asumió en todo el occidente la noción de género para decidir, posicionar y practicar una direccionalidad textual en el orden preceptivo, autorial y textual. De ahí la denominación de novela, biografía, testimonio, menipea, prosa de ficción, prosa historial, autobiografía, crónica historial, ensayo, poesía y otros conjuntos enunciativos.
Pero la biblioteca instituida y conformada por una tradición literaria no es pura, única y monovocálica, pues la misma se ha nutrido de entrecruces discursivos, tal y como lo demuestra la tradición helenística, latina y romance. La batalla entre la preceptiva, la retórica, la poética y la estética, dominó por mucho tiempo y produjo una tensión dialéctica en los tiempos de la oralidad y la escritura.
Esta batalla se mantiene presentificada en algunos movimientos intelectuales de la modernidad y la posmodernidad. La historia literaria, junto a la sociología de los textos orales y escritos, se ha reconocido como parte de una tradición de la lectura, la crítica, la explicación de textos y la divulgación de instancias teóricas y hermenéuticas que, desde la aventura del romanticismo alemán, la novela neogótica, la ficción operativa de los registros estructuralistas, semióticos, neo-retóricos, postestructuralistas y etnoliterarios, propician una concepción de lo literario a partir de una crítica de la memoria o memorias culturales, encontradas en lo que Paul Ricoeur denominó el “conflicto de las interpretaciones”.
Pero la teoría literaria o el campo teórico en expansión no tiene que negociar diferencias ni alteridades. Tampoco se adhiere a argumentos pretendidamente absolutos o definitivos; entiende en la línea crítica de la memoria que un texto poético puede ser novelesco, ensayístico, histórico, testimonial, o destruir su propio nivel de opacidad y transparencia, para poner en crisis su propio registro discursivo.
Así como leernos textos mixtos o sincréticos, también leemos textos rebeldes a la condición poética y no por ello dichos textos pierden su carácter literario. La prueba de todo esto la encontramos en obras como AT, Del objeto Útil y Obvio del brasileño Moacir Amâncio, pero también en textualidades como las de José Lino Grunewald en Escreviver, Ciudad interior de Francisco Marcelo Cabral, Incurable de David Huerta, Anu de Filmar Silva, Epifanía de las estrellas para Galileo Galilei de Alvaro Pacheco, Perséfone de Homero Aridjis, o Cuaderno de retorno al país natal de Aimé Césaire.
Textualidades en movimiento donde encontramos el poema-ensayo, la novela testimonio-poema, la minificción o la macroficción que rebasan todo tipo preceptivo o genérico para poner en crisis toda poética, todo encajonamiento de los géneros literarios tradicionales. A todo esto, la destrucción de la página en batalla por el espacio textual recuperador de cardinales orales, escritas o diseñadas para subvertir los conocidos exempla de la tradición- biblioteca.
Así, encontramos que textos como Ischia, Praga y Bruselas de Gisela Heffes, Gödel, Escher y Bach de Douglas A. Hofstadter, y Lunas de Júpiter de Beatriz Amaral, se reconocen como textos resistentes al encorsetamiento de toda “poética” llamada o denominada literaria. Pero además, los “irreverentistas” autores de letras de canción letristas como Kilo Veneno, Enrique Bumbery, Jaime Urrutia, Nacho Vegas, Fernando Márquez y Santiago Auserón, convierten el letrismo poético-musical en texto abierto y polidiscursivo, superando la ortodoxia de los géneros, sean estos novela, testimonio, autobiografía o biografía.
Ningún género antes ni después de la modernidad se encuentra en estado puro, aunque todo género se define en su, y, desde su textualidad en movimiento de interpretación. De manera que la tan propalada “poética” patrocinada con “boca de ganso” se queda corta debido al avance y desarrollo experimentado por el texto plural y los aportes de la escritura virtual, el laboratorio de textos digitales y las propuestas del hipertexto entendido como puesta en conducto, rizoma y experiencia ramificada del sentido.
En efecto, la crítica de la memoria y la biblioteca de la tradición se pronuncian en una tensión que subvierten el mecanismo autoritario de un divulgador desorientado que, en el ámbito literario dominicano, aspira a imponer su propia “doctrina” pseudoteórica sobre la base de la tergiversación, el mal entendimiento de la memoria cultural y sobre todo el autoritarismo de su propia práctica derivada casi siempre del escarnio y la mala lectura del otro.
La patología del yo es aquí patología de un lenguaje ya desechado en los círculos neoacadémicos y teóricos de nuestros días. De ahí el desfase, la descontextualización del referente literario, y sobre todo la mentira de la interpretación que según Michel de Certeau compromete negativamente el acto de leer.
Ahora bien, ¿cuáles han sido los extremos del debate actual? ¿cómo es posible que un texto premiado haya provocado y a la vez producido una discusión cuyo bizantinismo se ha expandido como banalidad, ignorancia teórica y tertulia casera? El oponente, el “columnista” conocido como Rhitmicus y Meschónicus ha construido una casa-yo que, según él se ha mantenido en los “cauces estrictos de lo literario”. ¿Qué es lo estrictamente literario en un debate como éste, donde “la voz cantante” sólo sabe acusar, legislar, establecer, denostar, o señalar límites vetustos, negando todo lo que se sale de su alteridad yoica?
Y qué decir de la llamada “sacralización de la vagina” (¡sic!), de “la rabiza literaria” (¡sic!), de la “estrategia carrierista” (¡sic!), del “diktat dictatorial” (¡¡!!). ¡Beneficioso fruto cosechado por la poética!
En el momento en que un debate quiere cerrar bajo la falsa creencia de que todo se ha dicho, el mismo debe comenzar y mantenerse en “severa vigilancia” epistemológica. Al estudiar los términos emblemáticos y a la vez aventurados de semejante “patraña” culturalista, el estudioso y con él el lector atento, habrán de observar la ausencia de un protocolo heurístico en dicho debate. Lo que se deriva del mismo no es sólo el equívoco de la novela, la biografía, el testimonio, autobiográfico, o su condena, rechazo, premiación, sino más bien el negocio de la interpretación. Un estudio específico de los mecanismos de comprensión del debate en cuestión, impone una sutura y a la vez una escisión que genera la caída al pozo de lo errático y lo temporal.
Desde hace tiempo los concursos literarios equivocan lo que es propiamente la práctica reflexiva y literaria. Las mismas bases contribuyen al equívoco nocional y conceptual. Participar en los premios anuales de literatura o en cualquier otro concurso en la República Dominicana, implica suponerse a dicho equívoco, pero también contribuir a la dictadura de los resultados, a poner en duda la literatura misma, negar el concepto de tradición-biblioteca y perder el propio horizonte de legibilidad.
De ahí que toda discusión sobre los límites y alcances de la literatura y lo literario remita a la posibilidad de una memoria de la crítica “crítica”, así como a una metacrítica entendida como primer paso hacia el fundamento gnoseológico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario